No se dónde estoy parado, si sobre mármol, o sobre arena.
Mi cerebro es un auténtico huracán,
un torbellino de penas y pesadillas.
Y ésta locura parece no tener fin.
¿Será un eterno tormento?
No hay amanecer. No hay crepúsculo. Sólo un claroscuro.
El día no augura felicidad. La noche desprende sólo melancolía.
Ni siquiera el irme hacia el hostil horizonte me calma,
aquél frío lugar donde sólo encontraré las cimas brumosas de mis desgracias.
Ahora estoy atrapado en una red ajena, llena de confusión e ilusión.
El viento me susurra derrota; el sol me ciega, no me alumbra.
Siento truenos y bramidos en mi oído medroso,
que no me dejan seguir derecho y en paz.
¿Podrá ser que todo sea una señal,
de que ya no hay nada para mí acá?
No veo estrellas en el cielo,
ya perdieron el blanco de su brillo.
Ahora es sólo una bóveda color gris,
sin nada especial ni verdadero,
un infinito platinado e inexpresivo.
En ésta enredadera que ahora es mi vida,
se confunden las sombras con las luces.