Nubes de tormenta me impiden ver el Sol.
Ellas, ahí, expectantes,
suspirando descontentos y desilusiones,
se ciernen sobre mí, desde el lejano Junio.
Buscarán torturarme con viejos pasados?
Quizás matarme de un humillante dolor?
O mutilar mi débil e incapaz corazón?
Sólo ellas, suaves como algodón, saben mi desenlace.
Inevitablemente, irremediablemente.
El juicio final.
Se me ocurrió preguntarme, rodeado de oscuridad,
si alguien escucharía a mis inútiles plegarias, desangradas.
Se me antojó averiguar, así de casualidad,
si la piedad me salvaría del cercano abismo.
Son momentos de terror, de pura transparencia,
de luz, sombras y alguna que otra lágrima.
Cada vidrio incrustado, que anhela libertad,
hace morir de a poco a mi decadente alma.
Imposible se me hace no necesitarte,
en éstos, mis últimos momentos.
Pero inalcanzables están tus ojos,
lejana tu boca y muerta mi vida.
En guerra conmigo mismo,
en las sombras me enredo.
Y ya no veo salida, me aterro.
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